MIME-Version: 1.0 Content-Type: multipart/related; boundary="----=_NextPart_01D4A5D0.89D2EF30" Este documento es una página web de un solo archivo, también conocido como "archivo de almacenamiento web". Si está viendo este mensaje, su explorador o editor no admite archivos de almacenamiento web. Descargue un explorador que admita este tipo de archivos. ------=_NextPart_01D4A5D0.89D2EF30 Content-Location: file:///C:/8C84E141/Elinstantequesefuga.htm Content-Transfer-Encoding: quoted-printable Content-Type: text/html; charset="windows-1252"

El instante que se fuga: fisuras en la sociedad del cansancio.

The escaping instant: cracks in the burnout society.

Resumen:

Uno de los rasgos de las sociedades contemporáneas es que cualquier momento es fácilmente apropiado = por el sistema capitalista. Nos ayudará a cuestionar dicha situación, y a perci= bir cuáles son las experiencias temporales que fugan de esta realidad, el análi= sis de algunas propuestas artísticas coetáneas a la autoex= plotación del sujeto. La hipótesis que se plantea sugiere que a partir de estas brech= as —de estos instantes— se pueda tener un punto de partida desde el cual encontrar otro tiempo.

Palabras claves:

Arte contemporáneo; capit= alismo; tiempo de fuga;vida = activa; vida cotidiana    

Abstract:

One<= /span> of the features of contemporary societies is that any time  is <= span class=3DSpellE>easily appropriated by the capitalist system. It will help us to question this situation, and to perceive what are the temporary <= span class=3DSpellE>experiences that escape <= span class=3DSpellE>this reality= , the analysis of some artistic proposals contemporaneous<= /span> with the self-exploitation of the subject. The hypothesis that sets out suggests that from these gaps — from these momentsyou can have a starting point from which to find another time.<= o:p>

Keywords:

Cont= emporary art; capitalism; escape time; active life; daily life

 

1.&n= bsp;            = ;     Intro= ducción

 

Es asombroso ver cómo el = no hacer nada ha sido un tema recurrente que ha proporcionado una rica fuente de inspiración a lo largo de los tiempos. Ha suscitado un notable interés tant= o en las humanidades como en las ciencias y, evidentemente, en todo el mercado d= el ocio. Hoy se constata, de manera cada vez más marcada, que este no hacer na= da —en su forma más despreocupada— es un objeto de lujo, por estar al alcance = de aquellos que pueden permitirse descansar o, por el contrario, es intrínseco= en aquellas que no contribuyen, es decir, que no trabajan. A pesar de esto, observamos cómo gran parte de la población nos encontramos en “un mundo sin sombras iluminado veinticuatro horas siete días a la semana [que] es el espejismo capitalista de la posthistoria, el exorcismo de la alteridad que = es el motor del cambio histórico” (Crary, 2015, p.= 20), como dice Jonathan Crary, situándonos en un par= adigma en el que no cabe el parar, la quietud o la demora. Una situación que absor= be cualquier tiempo; donde el ocio y el tiempo libre también se encuentran sum= isos a este movimiento de actividad constante.

La controversia de haber = anulado el perder el tiempo y situarnos en un tiempo abierto es señalada por Gilles Deleuze en Posdata sobre las sociedades de control, donde describe el salto= y la diferencia entre las sociedades disciplinarias y las sociedades de contr= ol. De su texto se puede deducir como aquel tiempo perdido era más bien propio = de una estructura de mercado fordista y como, en cambio, si ya “no es necesari= a la ciencia ficción para concebir un mecanismo de control que señale a cada instante la posición de un elemento en un lugar abierto” (1991, p.1) —dice = el filósofo—, intuimos que tampoco es difícil que los mecanismos de control conozcan lo que estamos haciendo en todo momento. Esto convierte en permane= nte la disponibilidad temporal de los sujetos. Así, se puede entender como tiem= po abierto el que habita un individuo esclavo del trabajo, rindiendo cuentas a= un sistema neoliberal, y que, por lo tanto, puede haber perdido la lucha por encarnar su propia vida.

En este artículo no se pr= etende hacer una apología neoluteranista ni tampoco descifrar todo el complejísimo entramado de las condiciones de relación y distribución de nuestro tiempo. Sin embargo, se cree necesario enmarcar una sociedad abierta en la que el tiempo se escurre entre los dedos a fin de encontrar una vía de escapada. Vivimos la contemporaneidad sabiendo que no = hay tiempo para solidificar o afianzar grandes formas, por eso abordamos proyec= tos de corto alcance que se puedan adecuar a una vida fragmentada y flexible. L= os mecanismos que conforman nuestra sociedad piden un movimiento constante, una circulación (a priori) libre por los mercados que va dibujando un planeta e= n el que no hay un afuera —no hay una vía    de escapatoria. Sometidos a las presiones de la compraventa, nos enchufamos a  u= n  nuevo  individualismo  de  un  sujeto  servil,  débil  y lánguido, en un mundo “en que cada individuo es abandonado a sí mi= smo mientras que la mayoría de las personas son herramientas para la promoción recíproca” (Bauman, 2007, p. 39). Procuramos por nosotras mismas, por ocupa= r el tiempo, priorizando el progreso y el desarrollo, pero ¿qué desarrollo quere= mos? Vimos cómo el progreso (Bauman, 2007) se transformó en crisis en 2008 y aho= ra es un malestar.

Byun= g-Chul Han constata la idea de un cansancio provocado por esa sociedad de rendimie= nto, donde una es esclava de sí misma. Según Han, este cansancio termina por ser curativo en tanto que “el no-hacer se opone a la sociedad activa” (2012, p. 79). En este lugar, una se pregunta si desde este no-hacer se podría recupe= rar el perder el tiempo y, si esto sucediera, cómo se enfrentaría esta a un positivismo generalizado. Pero quizá sería = más propio preguntar si aún puede quedar algún espacio para perder el tiempo en= un “tiempo sin tiempo” (Crary, p. 41). Estas pregu= ntas surgen de la necesidad de encontrar una huida que airee al sujeto de unas condiciones impuestas.

2. No poder parar =     

2.1. La Bella Durmiente

Tilda Swinton se encontra= ba acostada, dentro de una vitrina, en el MOMA en 2013. La obra llevaba su nom= bre. Esta performance era una propuesta artística de la artista Cornelia Parker. Algunos han asemejado esta pieza al estereotipo de la Bella Durmiente o la Blancanieves: una princesa que por culpa de un hechizo, lanzado por una bruja malvada, cae en un sueño tan profundo que re= quiere de la intervención de un príncipe para ser despertada. Si nos fijamos bien = en los elementos que intervienen podríamos preguntar: sobre la princesa, ¿por = qué Parker escoge a Tilda?; sobre la bruja, ¿quién lanza el hechizo?, o más bie= n, ¿por qué duerme?, y sobre el príncipe, ¿cómo despierta? En primer lugar podríamos decir que Tilda Swinton es una actriz a quien se ha calificado de andrógina en numerosas ocasiones. Además, si nos fijamos en cómo va vestida, vemos que su ropa carece totalmente de ninguna distinción de género. De esto suponemos que la artista pretende que quien e= stá en la vitrina pueda parecer indistintamente una mujer o un hombre: es cualq= uier persona.

Algo parecido se podría a= sociar a la obra Artista trabajando, de Mladen Stilinovic, en donde, a pesar de no estar dentro de u= na urna, el autor también se exhibe durmiendo. En este caso, las fotografías d= e la acción podrían ser ese escaparate, pero también es cierto que no es lo mismo exhibirse en una urna en el Moma que enseñar unas fotografías de alguien mostrando la acción en casa, de la misma manera que también son distintos l= os contextos epistemológicos donde se producen las acciones.

Por un lado, nos damos cu= enta de cómo la ropa coge gran importancia simbólica tanto en la pieza de Parker co= mo en la de Stilinovic. Está claro que Tilda, cada= vez que se dirigía al museo, iba más con el afán de trabajar que con el de poder descansar. De la misma manera, Stilinovic nos confiesa ya de entrada —en el título de la pieza— que lo que estamos viendo= no es alguien holgazaneando, sino que es alguien que está trabajando: concretamente, un artista ens eñando su labor. En consecuencia, el elemento que determina el hecho de estar trabajando, tanto en la pieza que interpreta Tilda como en la de Stilinovic, es que las dos llevan ropa de trabajo. Pero, ¿cómo vemos el trabajo en medio de tanta holgaza= nería? En el escrito Elogio a la pereza (1993), Mliden= Stilinovic llama la atención sobre la diferencia entr= e los artistas que habitaban en territorios socialistas y los que vivían en territorios capitalistas:

Los artistas occidentales= no son vagos y, por ello, no son artistas, sino productores de algo… Su implicació= n en cuestiones sin importancia, tales como la producción, la promoción, el sist= ema de galerías, de museos o de competitividad (quién es el mejor), su preocupa= ción por los objetos… todo ello los aparta de la vaga= ncia, del arte… Del mismo modo que el dinero es papel, una galería es una habitac= ión. Los artistas del Este eran vagos y pobres porque todo este sistema de facto= res irrelevantes simplemente no existía. Por lo tanto, disponían de tiempo de s= obra para concentrarse en el arte y en la pereza. Incluso cuando producían arte, sabían que lo hacían en vano, no significaba nada (Sti= linovic, 2016, p. 90-91).

Más allá de la crítica del sistema productivo occidental del arte, como bien anota Bojana Kunst, encontramos en sus obras —que datan entr= e los años 80 y 90— un Stilinovic que festejaba equip= ararse de forma natural “con la pereza en una sociedad obsesionada con la eficacia= ”, poniendo de manifiesto que “el artista aún puede cuestionar la centralidad = del trabajo” (Kunst, 2013).

En la misma línea, la obr= a de Parker nos traslada este estado de aparente inactividad al museo, pero aquí= ni siquiera el descanso se exime de la

producción en arte. La ar= tista nos muestra como también los momentos de holgazanería se empoderan como producción artística, ya que estos tienen un público y requieren de una actuación. Adoptando el papel de hada mala, Parker manda a dormir a Tilda e= n un gesto de imposición jerárquica, de modo que presenciamos como una trabajado= ra escenifica el dormir o está obligada a dormir en su jornada laboral. Pero, ¿por qué la artista quiere que la actriz duerma? ¿Cuál es el valor de este trabajo?

¿Qué utilidad tiene dormi= r?

Creo que aquí el acto de = dormir se sirve de varias formas. Por una parte, está el legado inspirador que sab= emos que tiene la desgana y que tan relacionada está con las musas, la ensoñació= n o la iluminación como capacidades del artista. Por otra, podríamos remitirnos= a las palabras de Stilinovic que proclaman este a= rte como la labor que se hace en vano, que es inútil, que no significa ni sirve para nada. Pero también nos lleva al descanso como trabajo en sí mismo, y de esta última anotación surge la idea del trabajar en horas de descanso, es decir, un trabajar en todo momento: la artista duerme en la vitrina ocho ho= ras, que, a pesar de ser el tiempo óptimo que se debería dedicar al sueño, corresponden al estándar de horas que se dedican al trabajo. Con esta puest= a en escena se rentabiliza el dormir, este momento que a priori estamos perdiendo porque no estamos produciendo; se manifiesta esta invasión del sueño para convertirlo en tiempo de trabajo. Se trata de un olvido de la idea de los t= res ochos (888) que planteó Robert Owen allá en 1810. Aquella conquista de la l= ucha de los trabajadores de la división de las 24 horas del día en tres tiempos = de ocho horas (para trabajar, para vivir y para dormir) se ve arruinada con las representaciones de Parker y Sloterdijk, donde la acción de trabajar durmie= ndo adquiere, por encima de otros, este significado. Así, “por muy inútil que s= ea, toda actividad tiene un objetivo: toda actividad fútil ha de ser mostrada p= ara tener valor” (Kunst, 2013, p.1).

Este valor también lo man= ifiesta Stilinovic de dos formas: mediante las fotografías de= la acción y equiparando —en el texto— la habitación a una galería. Es decir, el hecho de mostrar el dormir lo significa como trabajo, pero en este mostrarlo también se está atentando contra el sueño. Jonathan Cr= ary nos advierte que “como estado más privado, más vulnerable y común a todos, = el sueño depende de manera crucial de la sociedad para poder sostenerse” (2015= , p. 34). Esto nos lleva a pensar que, aunque parezca que se haya colocado a Til= da dentro de una urna para proteger su descanso, al verla rodeada de cabezas observándola, iluminada intensamente, es fácil pensar que se encuentra en u= na pecera, al más puro estilo Big Brother. Es más, Parker decide no colocar ninguna sabana que pudiese cubrir el cuerpo de la actriz. El cuerpo se=

 

tiene que ver, tiene que = estar expuesto, tiene que poder ser recorrido y observado por la mirada curiosa d= el espectador. Esta pequeña prisión evidencia la vulnerabilidad del sueño y re= ta al espectador a cuidar de él. Al mismo tiempo, colocado entre estos cristal= es, también se puede interpretar como aquella rareza que se exhibía en las vitr= inas de los museos científicos; el sueño como una anomalía física parecida a las piezas de la belga Berlinde de Bruyckere.

El vivir conforme a una temporalidad sin sueño implica que no necesitamos a nadie que nos despierte= , lo que significa que la actriz no requiere de un despertador. Es ella misma la= que procura por cumplir esta tarea: representa aquella coetánea que se autoimpo= ne y estructura la jornada laboral. Tampoco Stilinovic tiene a nadie que le despierte, pero, el artista, sometido plenamente a su labor, no quiere que le estorben: requiere de todo el tiempo para poder concentrarse en la tarea y las exigencias que esta conlleva.

 

2.2.      Libre obligación

 

Cualquier trabajadora que= quiera ser competitiva actualmente

asume que un tiempo perdi= do es un tiempo inútil porque es improductivo. Moldeamos un tiempo abierto —que no <= span class=3DSpellE>esta sujeto a delimitaciones horarias— como un tiempo totalmente ocupado que, a su vez, como sugiere Zygmunt Bauman, es un tiempo= que se derrite y se vuelve liquido. Precisamente un= a de las vicisitudes con que juega la economía financiera global es la de intent= ar “reducir el tiempo necesario para tomar decisiones, como eliminar el tiempo inútil dedicado a la reflexión y la contemplación. Esta es la forma de prog= reso contemporáneo: la implacable apropiación y dominio del tiempo y la experien= cia” (2007, p.51), como comenta Jonathan Crary. Al t= iempo que se ofrece a todos los públicos que adquieran aquello que les dicen que deberían poseer en un solo clic, nosotras —como trabajadoras  también  actuamos  como  producto  ofreciéndonos y adaptándonos a las necesidades del mercado permaneciendo operativas veinticuatro horas al día siete días a la semana. El “no tengo tiempo para” ya se despliega como una característica del carácter o, más bien, es ahí donde empieza a detectarse = el síndrome del burnout como respuesta al estrés constante y a una sobrecarga laboral. El cansancio emocional debido a las exigencias del  trabajo, la apatía e indiferencia frente a la sociedad y el sentimiento de baja realización personal son sínt= omas de este trabajador quemado.

Estas características, qu= e son, hoy en día, fácilmente reconocibles en la clase creativa o el autónomo, se extienden a cualquier ámbito laboral. Un ejemplo de esta tendencia lo daba = Lúa Coderch en la exposición  La muntanya= màgica en el Espai 13 de = la Fundació Miró de Barcelona (2013), perteneciente al c= iclo de exposiciones que llevaba por nombre Arqueologia preventiva, comisariado por Oriol Fontdevila. E= n este ciclo, que en primera instancia abordaba el tema de la memoria colectiva, <= span class=3DSpellE>Coderch intervino el espacio de la exposición partién= dolo en dos. Una parte representaba el taller o laboratorio y estaba delimitada = por una pared de aluminio y hierro parecida en su forma a la de un contenedor de transporte marítimo. En este lugar Coderch tenía mesas de trabajo, un ordenador y carpetas con documentos, materiales y herramientas diversas en estanterías o apoyados en la pared en función de s= u tamaño. La otra parte era el espacio expositivo, el espacio con el que se encontrab= a la espectadora al bajar las escaleras que conducen al Esp= ai 13. Esta sala era el clásico cubo blanco —a pesar de apreciarse la enorme p= ared de aluminio a un lado—, con su luz envolvente y escéptica. La propuesta de = la artista contemplaba hacer una exposición diferente cada día: setenta y dos exposiciones distintas. De este modo, teniendo en cuenta el escenario y sus pretextos, se podría especular con qué el modus operandi de Coderch subraya esa sumisión de la artista como trabajadora para la institución en tanto que trabaja in situ en el museo. Al mismo tiempo, es ella misma la que marca y exige las pautas de trabajo y quien se autoimpone los timings —teniendo en cuenta los horarios del museo, c= laro. Por lo tanto, ¿hasta qué punto estaba cumpliendo con una libertad temporal = de la propuesta artística o hasta qué punto estaba mostrando como una se puede adecuar a las necesidades del demandante?

Hacer más y más. Proyecta= r y producir. Ser obediente y abandonarse “a la libertad obligada o a la libre obligación de maximizar el rendimiento” (Han, p. 31-32). Así, el instante memorable —esa intención que aborda la propuesta de Co= derch dentro de las propuestas de Arqueología Preventiva—, esa idea que  gira  en  torno al instante que queremos detener, parar, y a partir del cual construimos la narración, queda supeditado a la representación de la forma = de trabajo actual: la relación entre el proyecto y el máximo rendimiento. Adem= ás, pretende abordar los instantes memorables a una velocidad acelerada, imposi= bles de abarcar para el espectador: solo la artista podrá revivir cada uno de los instantes (exposiciones) que recrea.

 

2.3.      El fatigado

 

No obstante, la libre obl= igación, al barajarse con la autoexplotación, puede lleg= ar a provocar realidades sórdidas. Una de estas la protagoniza Neil Hamburger, encarnado por Gregg T= urkington. Se trata de un patético humorista que viaja por el desierto de Mojave, al s= ur de California, con su espectáculo de chistes de mal gusto frente a un públi= co poco receptivo, y es el motor de la película de Nick A= lverson Entretainment (2015). La discordancia entre el = título del film y el personaje resulta evidente: un cóm= ico de standup que no logra sacar de la apatía a su pú= blico. Ni siquiera metiéndose con él, haciendo uso de su casposa grosería, consigue romper la monotonía desdichada del ambiente. La audiencia es tan informe qu= e la cámara la emborrona. Se trata de un público que ni siquiera se manifiesta y= que desenmascara cómo el fracaso juega a ambos lados del escenario: el humorista intenta hacer reír a un público apático. Es un entretenimiento para individ= uos que banalizan la experiencia, hartos, que se tragan lo que les echan, que consumen los momentos de descanso con cualquier cosa sin ton ni son, porque= no tienen nada mejor que hacer, porque pueden acceder a ver aquello que les an= toje fácilmente gracias a las diferentes herramientas tecnológicas. Se trata de = un público insatisfecho perpetuamente.

Podemos ver como la hosti= lidad impregna todas las escenas de una película en la que aparentemente no pasa nada. Surgen llanuras monótonas de carreteras interminables, pozos de petró= leo que aparecen más activos que cualquier humano y un protagonista decadente q= ue se muestra cada vez más aburrido de sí mismo. Este aburrimiento es plausibl= e a través de la repetición, de planos de espacios o paisajes unificados estéticamente como si fueran siempre los mismos y de una secuencia, prácticamente sistemática, de los quehaceres de un trabajo sórdido que no se sabe cómo este personaje ha llegado a tener. El protagonista se arrastra, de escena en escena, con fatiga, impregnado por el phatos= más profundo: asumiendo su inútil existencia. Es como aquel fatigado origin= al, descrito por Martí Peran, que parece “soportar = el mundo entero a sus cuestas” (2016 p. 14), pero que a pesar de ello sigue andando de lo inhóspito a lo ridículo. Así, insistiendo en la inutilidad repetida de acciones huecas, el fatigado se ve —se descubre— sin contenido = en un mundo escurridizo e insustancial.

Neil Hamburger es el paradigma del personaje hecho persona en el que se confunde a quien interpreta con el sujeto. Es la clara escenificación de este individuo autoproducido que “ya se ha confundido con su propia producción” (Crary, 2015, p. 109): es el prototipo típico del prog= rama Do it. Neil encarna la fatiga del siglo XXI de occidente, una operatividad constante y un sinsentido de quien aguanta una fatiga que “puede ser domada; pero también puede emerger como una ambigüedad que    se hace resistencia”. Así, la fatiga nos mantiene sumisos al sistema operando en él sin pausa y mantenien= do un estado de productividad mecanizado, pero de forma cada vez más débil has= ta llegar a una indisposición general. Es aquí donde Pera= n propone: “no reparar la fatiga sino perdurar en ella” (2016, p. 60).

Tanto Byung-Chul  Han  como  Martí  Peran  apuntan  al  cansancio  y  a la fatiga como una situación en la cual una se aísla de la inercia      del neoliberalismo. Han sugiere que= “el ‘cansancio fundamental’ es cualquier cosa menos un estado de agotamiento en= el que uno se sienta incapaz de hacer algo. Más bien, se considera una facultad especial. El cansancio fundamental inspira. Deja que surja el espíritu” (Ha= n, 2012,p. 75). Se podría interpretar el surgimiento de e= ste espíritu como una desunión de la inercia global. Del mismo lado, para Peran la fatiga puede emerger como una ambigüedad intransigente y como un ánimo útil capaz de articular una crítica de la vida (2016, p. 43).

No obstante, esperar a  hallar  un  sentido  crítico  desde  la  fatiga  o el cansancio permanente es como esper= ar en medio de la nada, en  un desierto q= ue “ya no tiene ni principio ni fin” (Lipovetsky, 2006, p. 48). Si el sujeto exhau= sto ha estado auto-esclavizándose y auto- producién= dose, significa que es un individuo al que el cansancio le ha llevado a un desier= to de incertidumbre, de apatía, de indiferencia. Se trata de un personaje al q= ue ya nada le afecta, que ya no cree en nada, que procura solo por sí mismo y funciona por inercia como un sistema operativo. Autista y vacío de aspiraciones, es aquel que espera y ya no desespera.

Este es el ánimo que  Chantal  Akerman  retrata  mientras  recorre  una cola de decenas de personas que esperan el autobús para ir a trabajar. La escena del largometraje D’est mues= tra este espacio de tiempo, silencioso y pesado, de gente en una ciudad de la Europa del Este dirigiéndose al trabajo a primera hora de la mañana. Una es= pera análoga a lo que viven, día tras día, tantos trabajadores en tantas estacio= nes, se muestra como una realidad que ocupa el silencio de la existencia cuotidi= ana, sin tragedia ni vértigo (p. 35); “instancias banales de las que se siente el conflicto entre el individuo y la organización de la sociedad, aunque a un nivel impensado o invisible” (Crary, 2016, p. 1= 27). Un tiempo de espera, de aparente inactividad, impostado por la jornada labo= ral, que marcha marcado por los horarios de los transportes que llevan al empleo= y de los timings de las empresas. Los planos secuencia que Akerman nos muestra de esta escena tan brutalme= nte cuotidiana se caracterizan por un profundo silencio, a pesar de que en ella= no dejan de aparecer más y más personas en a la misma situación. Son momentos = que no producen interferencias, que se modulan entre una tarea y otra, entre un metro y otro —o cualquier transporte público—, parando en un atasco, espera= ndo a quien no llega…

3.         = Fugas

3.1.      M= irarse en el espejo

Quizá debería volver a replantearse aquella expresión de vita activa primogéni= ta  que  rescataba  Hannah  Arendt  de  la  tradición  griega  y medieval antes de sucumbir a los tiempos modernos: al animal laborans. Una vita activa que mantiene en sí misma una contemplación activa. Pero de todas formas, como observa Byung-Chul Han del ensayo de Arendt, es fácil que esta vita activa se convierta en una apología de la hiperactividad del mundo contemporáneo (Han, 2016). Integrar= la contemplación a la acción no deja de ser una de las capacidades que se exig= en al trabajador permanente. Cualquier experiencia o circunstancia es vulnerab= le y, naturalmente, absorbida y circunscrita a la  labor. (Este escrito no deja de = ser un mero ejemplo de ello.) Es imposible dibujar un afuera del modelo preestablecido, pero podemos intentar

empoderarnos como agentes críticos dentro de él. La crítica sería la herramienta con la que podemos volver a cuestionar la condición humana desde este lugar y sabiendo que, co= mo define Arendt, La condición humana abarca más que las condiciones bajo las = que ha dado la vida al ser humano. Los hombres y mujeres son seres condicionado= s, ya que todas las cosas con las que entran en contacto se convierten de inmediato en una condición de su existencia. El mundo en el que la vita act= iva se consume está formado de cosas producidas por las actividades humanas; pe= ro las cosas que deben su existencia exclusivamente a los hombres condicionan = de manera constante a sus productores humanos (Han, 2016, p. 51).

Este homo condicionado po= r sus productos es el que mueve, o más bien hace pararse, en las figuras de Anton= io Samo: esculturas en talla de madera de personas semidesnudas, con camisetas o tatuajes que figuran símbolos arquetípicos. E= stas quieren representar un momento íntimo: el colocarse frente al espejo y para= r en la incertidumbre. Se encuentran entre el vestirse y desvestirse, y el rostro apático y la postura hierática de cada una de las figuras dibujan esa condi= ción impuesta por los iconos de los productos de la sociedad actual. De ellas se puede interpretar a una persona que intenta configurar un yo aminorado y seducido por la producción. Asisten a la imposibilidad de construcción de u= na identidad sólida y a la dificultad de ir más allá en un posmodernismo que “= no es más que un grado suplementario en la escalada de la personalización del individuo dedicado al self-service narcisista y a combinaciones calidoscópi= cas indiferentes” (Lipovetsky, 2006, p. 41). Así, inseguro y débil, el habitant= e de la era de lo global reclama, de manera callada, una necesidad de crear una narración con su yo. El artista esculpe al humano como un actor que se deso= cupa de su vida porque se asigna a un rol obediente y que entra en una rueda sin sentido para la construcción de un yo que no se alcanza nunca: nunca es suficientemente cool. De este modo, se hace pat= ente un yo neutralizado por la seducción de un sí mismo solitario, conectado y discreto, negando el paso del tiempo, consiguiendo la vitalidad a través de ropas que podrían aludir a una personalidad. Pero a pesar de esto, los personajes de Samo se paran a observar, se encu= entran en un instante de incertidumbre: no saben qué hacer, no saben quién ser, no saben cómo vestirse o, quizá, no saben si vestirse. Interpretan una inexpresividad análoga a la postura con la que nos enfrentamos al mundo, do= nde se “reclaman nuevas categorías referenciales, entre las que se encuentran, des= de luego, las referencias de resingularización del cuerpo” (Larrañaga, 2015, p. 18).

 

3.2.      T= iempos inclasificables

 

En efecto, cabe pensar ha= sta qué punto la estrategia de búsqueda de nuevas referencias o la de reformular la= s ya existentes es eficaz en un lugar con unas perspectivas de futuro inquietant= es de sobreproducción y de sobresaturación referencial. Intuyo que aparte de e= stas situaciones de agotamiento también  podrían  haber  otras  condiciones  desde  las que una pudiera interrumpir el sistema y desconectarse: unas con= diciones desde las cuales poder operar, por ejemplo, una ecología en la experiencia = del tiempo. Es aquí donde operaría una revalorización de los tiempos perdidos, = de estos momentos en los que en apariencia una no hace nada, estos instantes q= ue se perciben como pausas o evasiones y en los que se desdibuja el presente. Asimismo, existe la impresión de que no debemos considerarlos tiempos perdi= dos sino breves espacios de tiempo que contrastan con la sociedad que vivimos, = que no se supeditan, que no se amoldan. Esta resignificación conlleva que pase a llamarlos tiempos de fuga, tomando la idea de línea de fuga de Gilles Deleu= ze y Felix Guatari en Mil mesetas.

Sin querer hablar de todo= s los tiempos perdidos, considero de especial interés la relación que se establece entre estos momentos, en los que se percibe un desplazamiento del sujeto de= un presente que le acecha, en conjunción con la condición general actual que llamamos sociedad del cansancio, aludiendo al título de la obra de Byung-Chul Han: aquella que se rige por una “preocupa= ción por la supervivencia”. Además, el autor, frente a este escenario, también a= bre la puerta a cuestionar y a resistir ante esta situación. Un marco donde se gesta la necesidad de encontrar una vía de evasión, una huida, un deslizami= ento que lleve al sujeto a otro sitio.

No obstante, una nueva ac= eptación de los momentos de aparente inactividad no encubre su “tolerancia” a fin de regenerar los cuerpos para una producción más efectiva. No. Este paradigma sería más bien propio de un bloqueo del tiempo de fuga o, en el mejor de los casos, de una relativización del mismo. Y es que= estos no dejan de ser tiempos de fuga encubiertos; asignados por las entidades que demandan productividad. Las sociedades 24/7 están llenas de estas fugas bloqueadas consecuencia de una hiperconectividad y de la exigencia de una hiperproductividad a un suj= eto esclavo de sí mismo. También Martí Peran lo adv= ierte: “cualquier línea de fuga que nutra nuestros deseos no hace sino garantizar nuestra permanencia disciplinada en el interior mismo de la movilización” (= Peran, 2015, p. 26). El ejemplo más claro está en las empresas neotecnológicas que incorporan espacio= s de ocio y descanso para una mayor productividad de sus trabajadores. Esto nos = da cuenta de que la apropiación de nuestro tiempo por parte de los mercados es= tan extensa que es prácticamente imposible concebir un afuera.

Por otra parte, hemos vis= to que tanto Han como Peran proponen un alejamiento de= este paradigma y su crítica a través del cansancio y/o la fatiga respectivamente, pero desde estas líneas se quiere notar cómo no es necesario llegar a estos estadios extremos para poder alejarse   y tomar consciencia de la propia vida. Sin embargo, si cómo hemos hablado nos hallamos en un contexto en el que cualquier tiempo está supeditado al capitalismo, es decir, si sabemos que vivimos un tiempo atomizado, entonces, ¿cómo podemos efectuar un tiempo de fuga? o

¿cómo nos podemos apropia= r de los tiempos de fuga?

Quizá podemos empezar a hallarlos, por ejemplo, en los momentos  de la obra de Ignacio Uriarte. Su propuesta proviene de una huida    = de un tiempo totalmente al servicio de la oficina. Aquí, más que un cansancio o u= na fatiga, nos encontramos con un artista que emplea   la idea de Sísifo. Utilizando los elem= entos que se encuentran en este lugar administrativo (papeles, bolígrafos, clips…= ), Uriarte no sale de  su trabajo rutinario y, al estilo de Bartleby: el escribiente, de Herman Melville, explora los lenguajes visuales que surgen = de este mundo llevándolos a su desnaturalización y vacío —se podría decir, has= ta el absurdo. Esto viene provocado por su sistematización de los gestos y su falta de intención en la realización del dibujo o la pieza escultórica. Asimismo, esto  permite  al  espectador  recrear  un  estado  apático de divagación sinsentido, con sus tiempos y velocidades, con el fin    de poder apreciar el valor intrínseco= de las cosas más anodinas. La sistematización hace prestar atención, enfocar, = para quedarnos con los detalles. La exploración de distintos gestos comunes de s= us dibujos lleva a ese momento de distracción en medio de una conversación telefónica con un cliente en el que una empieza a trazar garabatos aleatoriamente. Sus investigaciones convierten la oficina en un inagotable archivo de materiales estéticos como demostración de una profunda negación = de ese mundo. Y es que descubrimos una propuesta que exhorta las formas de tra= tar el tiempo desde dentro del lugar de trabajo hallándole otra forma experienc= ial. El artista, consciente de su alegato, se compromete a resistirse a la tarea= que le impone el contexto en el que se encuentra a partir de su exploración des= de dentro. Una suspensión de la acción habitual da una perspectiva desde la cu= al pensar el cuerpo —nuestro cuerpo— en relación con la forma de habitar el trabajo: nos da una consciencia de posicionamiento más allá de la situación económica que esta nos otorga. Al tomar consciencia se puede establecer un = empoderamiento del tiempo y, quizá, vislumbrar mecanismos para poder pensar las prácticas o modos de disponer del tiempo.

 

3.3.      Compromiso con el in= stante

 

Cuando el filósofo Luciano Concheiro se abalanza Contra el tiempo,  en su libro, después de hacer un repaso por la aceleración intrínseca en la sociedad actual provocada por una ansiedad capitalista, dice:   “la velocidad ha destruido la posibilidad de darle sentido coherente y unitario= a nuestras vidas” (Concheiro, 2016, p. 83). Seguidamente nos propone una resistencia tangencial a través del redescubrimiento del instante a fin de poder articular una filosofía práctica que aliente otra manera de estar en = el tiempo.

El instante, según Conche= iro, es “una experiencia temporal particular”, “una chispa que nos arroja fuera del devenir”, que “produce siempre una incisión en el devenir”; es la “presencia absoluta […], un aquí y ahora permanente: todo” (2016, p. 113-114). Sitúa el instante como esa manera experiencial del tiempo que efectúa una huida: va = de un tiempo supeditado a unas condiciones sociales condicionadas por el capitali= smo a un tiempo otro que ejecuta una resistencia tangencial y que “no busca cam= biar el sistema desde dentro, sino vivir transitoriamente fuera de él” (2016, p. 99). Sin más dilaciones, se diría que el instante es un tiempo de fuga.

Asimismo, Concheiro pauta= que para efectuar una filosofía práctica del instante,= a fin de tomar consciencia de dicha experiencia temporal, “el lugar de la resiste= ncia tangencial sería la cotidianidad”, donde “no existiría la preocupación de impresionar al prójimo, ni tampoco a la posteridad” (2016, p. 98). Se podría decir que “su objetivo sería incidir sobre la conducta personal […] poniend= o lo privado como centro de sus preocupaciones” (2016, p. 98).

Un pequeño ejemplo lo pod= ríamos encontrar en la manera simple de involucrarse con la vida de la propuesta q= ue reporta Rinko Kawauchi. La fotógrafa japonesa pone en cuestión con sus imágenes la idea de aquel insta= nte decisivo con el que el fotógrafo capturaba el momento idóneo para captar la instantánea. Y es que, ¿cuál es este momento? ¿Qué   es importante fotografiar? Henri Cartier-Bresson nos deslumbraba con imágenes que pretendían una transcenden= cia, ser un hito para la historia, pero Kawauchi tie= ne claro otro sentido del instante desnudando las ideas subyacentes que tienen valor en cualquier lugar. Obturaciones de aquello que no es nada, de estos instantes que no son importantes, cotidianos, patéticos. Imágenes de cosas = que pasan y están sin más; imágenes en las que el concepto de tiempo irrepetible resulta inútil. Las imágenes de Kawauchi escapa= n del mundo (turbocapitalista), aquel que nos hace cr= eer que “vivir es ‘tener una vida’, contraer una deuda de vida que nos hace culpables” (Petit, 2009, p. 93) y nos hace habitarla como si cada vida fuese una marca que tiene que rendir al servicio del mercado. Es aquí donde imáge= nes como las de la serie Illuminance (2009) —gotas = de agua que estallan en arco iris, la transparencia de las cortinas de un enor= me ventanal, flores cegadas por la luz, juguetes, comida, niños e insectos, mu= chas manos…— nos encaminan a coger distancia para poder examinar el sentido de la vida y/o tomar consciencia de la manera en que nos involucramos en ella. Kauawuchi fotografía instantes de vida vivida; instan= tes memorables de cualquiera. Unas fotografías basadas en una experiencia tempo= ral que nos permiten encontrar una desterritorialización de ese contexto social críptico descrito y en el que sus palabras hegemónicas terminan vaciándose = se significado.

El saber de esta experien= cia temporal abstracta del instante y entenderla como otra forma de estar en el tiempo implica unas afecciones de compromiso. Con el instante, poco a poco descubrimos cómo esta vida un día dejó de ser mía ya vuelve a ser un poco m= ás mía. En esta vida que no es mía, que es la mía (Garcés, 2015) “el compromiso […] nos devuelve al yo singular, a la primera persona. A este cuerpo, vida, tiempo, y capacidades limitadas que son los míos. […] el compromiso se abre […], la posibilidad de hacer nuestra la propia vida. […] El compromiso no e= s un problema de opciones sino de posiciones. […] comprometerse es descubrir el mundo, descubrirse en el mundo” (2015, p.18). Se podría decir que el compro= miso aterriza en la vida habiendo pasado por su crítica. Una crítica que se fund= ó, quizá, en un tiempo que se fugaba, en aquel momento que jugaba a ser cabo suelto desperdigado en la sociedad del cansancio. Ahora, es como un momento= que ya es mío.

Si, como señala la filóso= fa Marina Garcés, la vida es un problema común y,  por ende, el valor que damos al = tiempo en nuestras vidas  ha sucumbido al = valor económico: “No hay proyectos ni matrices ideológicas claras, no hay proyect= os políticos ni horizontes únicos. Pero sí hay una cosa: una incipiente pero insistente redefinición del sentido de riqueza, de qué entendemos por rique= za más allá del conocimiento económico y el argumento patrimonial” (2015, p.17= ). La redefinición del sentido de riqueza juega un papel caudal en la redefini= ción del valor de nuestra vida. Un cambio de valores que afectan también al valor que tienen el conjunto de momentos que configuran nuestro tiempo. Una remodelación del valor hace que volvamos a apropiarnos sencillamente, y aun= que sea, de los tiempos que se consideraron perdidos, infravalorados por un sis= tema al que no le interesan, pero que a nosotras (quizá) ya sí.

 

3.4.      <= span class=3DSpellE>Flaneur virtual      =     

 

Precisamente estos moment= os despreciados son los que pone en valor el controvertido profesor Kenneth Goldsmith en su libro Wasting  time on the internet. Es preci= samente la red uno de los símbolos más representativos de una vida abstracta conect= ada permanentemente  al servicio de las divisas. Y es en este ámbito donde nos descubre la potencia= lidad de navegar a modo de flaneur. Se trata del desligamiento de una idea que se abre a otras, de un montaje de narraciones abiertas en que el receptor se acciona en el despiste absorbiendo —a priori  sin qu= erer— la originalidad colectiva distribuida. Goldsmith sostiene que perder el tiempo= en internet es una experiencia de colaboración conjunta para una cultura en co= mún. Una se pierde con la infinidad inalcanzable de la escala global y a un tiem= po que traza sus propias coordenadas. A pesar de esto, sabemos que las afirmaciones del autor nos llevan a poder entender este navegar desde dos lugares: aquel navegante que se decanta y se encandila por las exigencias d= el mercado de la nube o utiliza este deambular como herramienta de exploración creativa al servicio de la misma y sigue con las mismas exigencias cada vez más aceleradas. O del que puede utilizar el medio rizomático para divagar en busca de instantes cibernéticos para sumar en nuestra vida. El erudito de la era postinternet sustenta que: “No somos ni zombis completos, ni completamente presentes: generalmente es una mezcla de los dos” (Goldsmith, 2016, p. 222). Esta mezc= la provoca un rehacer la experiencia de la vida humana a partir de la complementación de las dos formas experienciales. El manifiesto nos quita de prejuicios acerca de estar distraídas viendo GIF de gatitos o al hacer clic= a un enlace y luego a otro y luego a otro y luego a otro…

De hecho, esta es una de = las facetas a las que el net art nos quiere acercar. Por ejemplo, la investigad= ora Marian Garrido explora los lenguajes de la red a través del estudio de cómo= las dimensiones simbólicas del relato se ven afectadas por la saturación y la convergencia de narraciones y cómo, a su vez, el binomio herramienta/tecnol= ogía modifica la cultura a través de un desgaste estético. Garrido presenta sus propuestas en su Instagram —a pesar de que luego también se puedan recibir = en la sala de exposiciones. El loop es un de los recursos más empleados. De este modo, al ve= r una pieza como el video de Souvenires of furture. Nostalgia nos adentramos en una vista virtual en la que las ondas se repiten enfrente de nosotras como una especi= e de mantra. La música estridente de videojuego (antiguo) también nos ayuda a perdernos. Se trata de una distracción contemplativa que nos hace malgastar= el tiempo en una experiencia estética parecida a la de contemplar un paisaje romántico. De hecho, esta pieza pertenece a la presentación de una propuest= a en la que pretende rescatar los vestigios arqueológicos del año 3000. Por ende= , se podría constatar que la experiencia temporal que nos aportarían estos vesti= gios sería parecida a la de hace más de un siglo, así que solo cambiaría el medio con el que experimentamos la recepción de la propuesta artística.

 

4.         Postdata=

 

A las dos de la noche, de= spués de una frenética jornada laboral de cenas de sábado en el restaurante, cuesta esclarecer cuáles eran los motivos por los que escribía esto. El tiempo y la mente los ocupaban las mesas, los pedidos y la sucesión de gentes. Sin desc= anso alguno, con rapidez y eficacia en optimizar cualquier tarea. Si te apalanca= s la compañera paga las consecuencias con más carga para ella. Formamos todas pi= ezas de un mismo engranaje. Todas desarrollamos nuestras faenas adecuadamente a = un ritmo vertiginoso. Y de repente sucede aquel instante, en la cocina, en med= io del servicio, en que una compañera suelta una sonrisa por un comentario cualquiera y las que estamos allí compartimos el momento. Volviendo al come= dor me doy cuenta de que también se trata de esto. Segundos que actúan como una fisura: un momento de pura presencia que nos traslada a otro lugar. Se trat= a de una acción suspendida en un ámbito totalmente cotidiano, pero que puede lle= gar a tener una aptitud de cambio; una condicionalidad que puede crecer cuando = apreciamos que estos tiempos de fuga, en muchas ocasiones, también los habita la Otra.= En estas situaciones se produce un encuentro: un encuentro mínimo y anónimo. “= Los espacios del anonimato surgen cuando la movilización global se interrumpe. Cuando la movilización de la vida  se bloquea, y tiene lugar una ex= traña epojé: el tiempo se pone en paréntesis, y se forma un espaciamiento” —dice Santiago López Petit (2009, p. 118-119). Solo hace falta recordar ejemplos = como los del 15M de Madrid para entender la fuerza de este anonimato.=

Aquí, este camino se ha h= echo a través del análisis de distintas propuestas artísticas = porque  son  un  vínculo  relacional  directo  con la comunidad a = la que pertenecen. De este modo, encontramos que nos otorgan un estado de inquietud temporal al poner en cuestión la contemporaneidad. Como sugiere José Luís P= ardo en sus Estudios del malestar, “el artista no puede inventar un ‘Estado’ de verdad, pero sí un ‘estado’ de autenticidad (de malestar) temporal, un ‘disturbio’ efímero, una turbulencia capaz de legitimar transitoriamente a = la perturbación creada por su intervención” (Pardo, 2016, p. 38). Con las turbulencias que han ayudado al relato se ha intentado señalar, a modo de sacudida, cómo podría llegar a plantearse una resignificación de algunas experiencias temporales. Poco a poco, podrían llegar a empoderarse

como pequeñas conquistas, ayudando a crear una narración del yo distinta a la que se había comido el mercado.

De todas formas, aunque l= os signos del tardocapitalismo acechen por todos l= ados, todos escapamos de vez en cuando en pequeños viajes inciertos. “Lo fundamen= tal es salir, emprender el camino, alcanzar tierras infinitas, incluso —sobre t= odo— para comprobar las insólitas traiciones del ojo.” Pequeños viajes que trans= curren naturalmente y que nos afectan en el sentido de esa do= lce far niente.

 

 

Referencias bibliográficas

 

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