MIME-Version: 1.0 Content-Type: multipart/related; boundary="----=_NextPart_01D49410.A5CD4DB0" Este documento es una página web de un solo archivo, también conocido como "archivo de almacenamiento web". Si está viendo este mensaje, su explorador o editor no admite archivos de almacenamiento web. Descargue un explorador que admita este tipo de archivos. ------=_NextPart_01D49410.A5CD4DB0 Content-Location: file:///C:/22661E53/Eldocumentalylahistoriadelosvencidos.htm Content-Transfer-Encoding: quoted-printable Content-Type: text/html; charset="windows-1252"
El documental y la historia de los vencidos: la década perdida en Ecu=
ador
a través de los documentales sobre Alfaro Vive Carajo
The Documentary and the=
history of the
defeated: the lost decade in Ecuador through the documentaries
on Alfaro Vive Carajo
Resumen
La utilización del documental como testimonio histórico a=
yuda
a la construcción de un relato histórico más amplio. Esto es especialmente
interesante a la vista de la creación de una historia de los vencidos que
aporta visiones que chocan con la interpretación doctrinaria del pasado. Pa=
ra
ello nos basaremos en los documentales de Alfaro vive, del sueño al caos
(Isabel Dávalos, 2007) y Alfaro Vive Carajo (Mauricio Samaniego, 2015) como
ejemplos del rescate de otras miradas referentes al conflicto guerrillero de
Alfaro Vive Carajo (AVC) vivido en el Ecuador en la década de los 80.
Finalizaremos con una crítica a la simplificación de la construcción binaria
del discurso “Este- Oeste” durante la Guerra Fría.
Palabras claves
Documental histórico; vencidos; Alfaro; Febres Cordero;
Guerra Fría.
Abstract
The use of the documentary as a historical testimony helps to build
a larger historical=
narration. This is especially interesting
in view of the creation of
a history of the defeated that
brings visions against the doctrinal of Alfaro Vive Carajo (AVC ) at
ecuador during the =
80’s. Ending with a criticism
of the topic
of binary “East-Wes=
t” speeches during the Cold War
era.
Keywords
Historical documenta=
ry;
defeated; Alfaro; Febres Cordero; cold
War.
1. Introducción
En el siguiente ensayo analizaremos la construcción de un
relato histórico más abierto y plural a través de la inclusión de testimoni=
os y
perceptivas que escapan de las visiones binarias. La batalla por la histori=
a, y
la historia misma en disputa, formarán parte de nuestra visión para acercar=
nos
metodológicamente a una determinada concepción del hacer historia y del pro=
pio
historiador. Para ello, se hará hincapié en la importanc=
ia del
documental como fuente histórica contemporánea. En un mundo donde la captac=
ión
de imágenes y vídeos es un proceso más fácil, amplio y cercano, no podemos
descuidar el gran impacto que tiene en la construcción del relato histórico=
el
poder hacer uso de estos recursos. Para ello, nos basaremos en los document=
ales
de Isabel Dávalos, Alfaro vive, del sueño al caos (2007) y Mauricio Samanie=
go,
Alfaro Vive Carajo (2015), como ejemplos del rescate de otras miradas
referentes al conflicto guerrillero de Alfaro Vive Carajo (AVC) acaecido en=
el
Ecuador contemporáneo. Romper la rigidez interpretativa de la historia here=
dada
durante la Guerra Fría nos servirá de ejemplo para valorar las limitaciones=
y
potencialidades de una lucha por la historia, más amplia y plural, donde fl=
uya
la comprensión social como mediación entre la historia y la sociedad.
2. Marco teórico. Sobre la historia =
de los
vencidos y la historia de los vencedores
Dentro de la docencia de la disciplina histórica hay much=
os
clichés, que de forma consciente o inconsciente,=
se
difunden en el ejercicio de la transmisión del conocimiento. El reconocido
leitmotiv de “la historia la escriben los vencedores”, supuestamente atribu=
ida
a Winston Churchill durante la mitad del siglo XX, representa una expresión=
que
todos nosotros hemos escuchado más de una vez. Más allá de que nos parezca =
más
o menos una elocución inteligente, lo cierto es que resulta más preocupante=
lo
que se oculta que lo que se dice en este enunciado.
La historia, como un conocimiento de profundas raíces,
siempre estuvo bajo el influjo de distintas consideraciones: la historia
teocrática, donde el ser humano no es el actor exclusivo a la hora de prese=
ntar
de un pasado plausible y cronológico (Heródoto; Polibio); la historia
romántica, que promueve una visión arcaica y mistificadora de la gloria al
pasado (Numa Fustel; Jules Michelet) y sobre la que se fundan los relatos
fundacionales del Estado-Nación; la historia positivista, que defiende la unidad
disciplinar con las ciencias naturales (Auguste Comte; Henry Buckle); y la la historia=
“como
arte” de la singularidad y la imaginación (Panofsky;
Benedetto Croce; Collingwood, 1977). Muchas de =
estas
concepciones serían cuestionadas en función de los grandes debates sobre la
objetividad del relato histórico (Charles Beard=
y
Carl Becker), la masa y el individuo en el hecho histórico (E.H. Carr y Isaiah Berlin)
o la crítica a la universalidad de la historia (Oswald Spengler y Arnold
Toynbee). Todo ello se plasmaría en una generación de nuevos pensadores
historicistas durante el periodo de entreguerras, dando lugar a un nuevo mé=
todo
académico que rompía con el aislamiento y la esterilidad preconizada por el
positivismo dentro de la academia. Fruto de esta época podemos ubicar a la
reconocida escuela de Annales, desde la cual se
sostiene que “la historia conseguía combinar, por un lado, la aspiración
Es en medio de este debate, en el contexto de un ambiente
crítico y rupturista característicos de la sociedad de entreguerras, desde
donde tenemos que partir para entender este leitmotiv recurrente. Volviendo=
al
celebérrimo apotegma “la historia la escriben los vencedores”, podemos toma=
rlo
como una representación en sí misma del doble ejercicio del conocimiento
histórico. Primero, se reconoce la existencia de una intencionalidad en el
historiador como autor1. El profesional de la historia es indisociable de l=
as
coordenadas de su momento histórico, de la mentalidad de su época y de los
intereses concretos que persigue. Así, el primer sentido de la frase, con el
que se puede estar de acuerdo, es que la escritura histórica está siempre
inserta dentro de distintos campos de análisis, metodologías, visiones y va=
lores.
Ahora bien, ¿es verdad que la histori=
a siempre reproduce
la voz de los vencedores? Y si esto fuera así, ¿cómo es posible la
superveniencia de relatos y visiones distintas a las de los vencedores? De
forma caricaturesca, pasaríamos de un profesional visto como juez absolutam=
ente
imparcial al de un al historiador totalmente parcializado, escribiendo como
mercenario para un orden concreto, el orden de los vencedores, apareciendo así como un frío sirviente de lo que será =
la
verdad oficial, sentando cátedra en la academia y difundiendo la aquilatada
historia canónica. Si bien esto puede ser cierto en algunos casos, el acept=
arlo
como un hecho inexorable significaría la victoria sin fisuras del status quo, del utilitarismo y del ocaso de la
profesionalidad del conocimiento histórico. Por ende, la muerte de la histo=
ria.
La historia es como la política, pero en el pasado. Al ig=
ual
que hay visiones enfrentadas en la actualidad, también las había en el pasa=
do.
Al igual que hay confrontaciones sobre cómo miramos el presente, también las
hay sobre la mirada adecuada del pasado.
¿Cómo explicar, entonces, obras históricas de gran
importancia como el relato del exterminio de la población indígena en Estad=
os
Unidos, Bury My Hea=
rt at Wounded Knee de Deen Brow=
n,
publicada en plena época del conflicto racial y del auge de movimientos por=
los
derechos civiles en los EEUU? ¿Qué sentido tiene=
para
los pueblos latinoamericanos la publicación del ágil ensayo con tintes
históricos Las venas abiertas de América Latina de Galeano, en la década de=
los
70? La respuesta a todo ello es sencilla: la historia es un territorio en
disputa2.
Existen ejemplos de una historia distinta y confrontada a=
la
visión canónica, sea del estado o de la academia. Cabe resaltar que no vamo=
s a
defender en estas líneas todas aquellas escuelas de raíz posmoderna. Muchas veces se
tratan de estudios de área que simplemente adoptan una posición crítica ant=
e el
conocimiento histórico y sus obras, pero sin presentar ningún referente o
alternativa en la práctica de la creación y el debate profundamente históri=
co.
Contrariamente, preferimos resaltar todos aquellos estudios que construyen =
obra
histórica y absorben miradas más amplias para expandir el conocimiento dela=
nte
de una realidad poliédrica. Una historia política que escuche e investigue =
desdey para aquellos sujetos apartados de los cantos =
de
gloria del canon histórico, fragmentados y esterilizados, a su vez, por el =
auge
de posmodernismo.
Durante la posguerra, la larga tradición marxista británi=
ca
fructificaría en un prolífico grupo de historiadores (Raymond Williams, Edw=
ard
P. Thompson, Eric Hobsbawm) entre los que sería interesante destacar a Raph=
ael
Samuel (1934-1996), fundador del reconocido History
Workshop en Ruskin College Oxford, interpelando=
a los
mismos estudiantes como trabajadores adultos a la hora de escribir una hist=
oria
desde abajo, a partir de sus propias experiencias laborales en fábricas y m=
inas
(Aurell, Balmaceda, Burke<=
/span> y
Soza, 2013,
p. 278). A este antecedente podríamos sumar los aportes d=
el
grupo de estudios subalternos de Ranajit Guha3,=
u
obras poscoloniales4 como Los jacobinos negros de C.L.R. James, incluso el
reconocido Taller de Historia Oral Andina (THOA) dirigido poe
Silvia Rivera Cusicanqui5 o el reseñable auge de los títulos people’s history6 (historia popular) a partir de Howa=
rd
Zinn. Estos ejemplos son sólo algunos aportes que permiten sumar visiones,
intereses y construcciones de clase a los enfoques generales de la historia.
Muchos de estos ejemplos pueden llegar a ser polémicos entre sí, sin preten=
der
en ningún momento ser un cuerpo cohesionado.
Lo que importa resaltar de todo ello es la posibilidad de=
la
construcción de una genuina historia de los vencidos, escrita desde las tri=
pas
de la marginación, la rabia de los oprimidos y la justicia del indefenso; en
definitiva, un relato solemne de “los de abajo”. Así, la crisis de la histo=
ria
dejaría de ser un problema académico, al hacer que la disciplina se
reencontrase en su utilidad y, por tanto, con su horizonte: la historia como
una consciencia del mundo existente que hunde su explicación en el pasado.
Llegado a este punto, la historia sería la herramienta aliada para un proye=
cto
donde los vencidos dejen de ser los vencidos. Por tanto, la historia la
escriben los vencedores, siempre y cuando los vencidos lo permitan.
Cuando Fidel Castro pronunció en 1951 la reconocida frase=
“Condenadme,
no importa, la historia me absolverá” (Castro, 1961) durante el alegato de
autodefensa ante el Juicio por el asalto al cuartel Moncada, no se lanzaba =
románticamente
a las manos de una fuerza azarosa o de la musa Clío. Castro dejaba su alega=
to
de defensa en las conciencias de todos aquellos que luchaban contra el régi=
men
de la Cuba de Batista. Los problemas que señaló en ese célebre discurso ser=
ían
los lineamientos políticos para la insurrección política, que
en caso de ser ejecutado después de ese juicio, serían continuados por aque=
llos
descontentos y desposeídos por aquel régimen. Por lo tanto, la historia no =
era
algo externo; era y es una comprensión útil y real para la disputa de valor=
es
enfrentados, de intereses opuestos y proyectos antagónicos. La historia que
absolvería a Castro no sería la misma historia que lo condenaría. El triunf=
o de
una de las dos sería la historia que lo convertiría en héroe o villano.
2.1. Documental e
Historia. La historia de los vencidos y el relato fílmico como fuente
La relación entre el cine y la historia siempre fue
complicada. Si bien siempre exi=
stió
desde la historia una reducción de
lo fílmico en torno a una d=
istorsión
de la veracidad de los hechos representados, también existió la tensión opu=
esta
desde el mundo artístico, aceptando la distorsión de lo histórico con un fin
estético y creativo. Este doble movimiento siempre generó un malestar entre
especialistas, reprochándose mutuamente este ejercicio profesional. No
obstante, desde que la historia es aceptada como un campo diverso y abierto=
a
lo multidisciplinario, no ha sido extraño encontrar al historiador fungiendo
como crítico cultural, un ejemplo magnífico de lo cual sería el relevante p=
apel
desempeñado por Eric Hobsbawm (2014) como crítico de Jazz, o al cineasta
ejerciendo de historiador, siendo una interesante muestra de ello la serie
documental La historia no contada de Estado Unidos (Th=
e
Untold History of the United
States, Oliver Stone, 2012). Por lo tanto, vemo=
s que
es posible el encuentro y el respeto entre profesionales en favor de una pa=
sión
y un objetivo común.
Para este entendimiento entre campos hay que partir de la
limitación clara del método histórico, que a la vez lo hace propio y singul=
ar,
capaz de asentar debates y generar réplicas. El trabajo con las fuentes, la
argumentación documental...etc. constituyen la base que otorga solidez al
discurso histórico, tanto de forma escrita como visual. Es lo que hace posi=
ble
la disputa dentro del campo, la que trata de presentar las caras distintas =
de
una misma realidad. Perder esto de vista significaría silenciar las voces,
ocultar las alegrías y los desencantos de los allí representados. En
definitiva, sacrificar la meta de la comprensión por un vano ejercicio
expresivo.
Estas fuentes pueden estar basadas en testimonios, y “la
manera de designar colectivamente aquellas cosas que singularmente se llaman
documentos, en cuanto un documento es algo que existe ahora y aquí, y de tal
índole que, al pensar el historiador acerca de él, pueda obtener respuestas=
a
cuestiones que pregunta acerca de sucesos pasados” (Co=
llingwood,
1977, p. 19). Entonces, el documento que contiene el testimonio no es de po=
r sí
“historia”, si no es debidamente preguntado. Ahí es donde recae la
responsabilidad del historiador: ser capaz de relacionar y desentrañar todo=
lo
que puede aportar un documento. También sucede en el relato fílmico: “El ci=
ne
propone al investigador una fuente de estudio indirecta por su capacidad
creadora y organizadora pero, a su vez, en muchos
aspectos, una fuente directa, puesto que aporta voces testimoniales de
protagonistas ya sean reportajes, opiniones o discursos, acompaña gestas en=
su
realización, nos muestra el ambiente donde se produjeron los hechos y es al
mismo tiempo creador y testigo” (Mell, 2014, p.=
73).
Sería un extenso debate entrar en la cuestión si todo
Desde su origen, en las década=
de
los 20 del siglo pasado, el cine documental muestra una inquietud por difun=
dir
el testimonio y las vivencias de las comunidades humanas en clave etnográfi=
ca,
como Nanouk el esquimal (N=
anook
of the North, Robert
Flaherty, 1922) o Moana (Robert
Flaherty, 1925). De igual modo, otras muchas obras trataban de captar la
realidad en su sentido más urbano y modernizado, como idea de progreso; en =
esta
órbita, cabe resaltar obras como No Paiz das Amazonas (Silvino Santos, 1921=
) o
El hombre de la cámara (Chelovek s Kinoapparátom, Dziga Vértov, 1929). Esta fijación por la realidad y la din=
ámica
social continuará latente durante toda la producción del documental, navega=
ndo
entre la crónica y el reportaje, remarcando un estudio más profundo y interpretativo del relato. Así, la retransmisión de=
la
relación de la existencia humana, de sus costumbres, sus valores y las rela=
ciones
con otros hombres, quedará implícitamente ligado al documental, entendido é=
ste
como documento y testigo de una época.
Con todo esto nos falta añadir la potencialidad del
documental como difusión del conocimiento y el hecho histórico. Como dijimos
anteriormente, se entiende la historia como una consciencia del mundo
existente, por lo que el film como fuente histór=
ica
nos puede servir como una gran herramienta para adquirir dicha consciencia.=
No
solo por su capacidad de fácil difusión o por la instantaneidad de la captu=
ra
del presente; también por la posibilidad de incorporar voces de distintos
estratos sociales, a la vez, que posibilita un debate más fluido en el tiem=
po y
en el espacio. Un ejemplo sería The act of killing
(Joshua Oppenheimer, 2012), donde se juega de forma magistral con la
escenografía como medio para que los autores materiales de las matanzas de Indonesia, que ases=
inaron
a medio millón de personas entre 1965-1966, acaben delatándose, tanto moral=
como
históricamente, delante del espectador. Otra muestra de ello sería Contra
Paraguay (Federico Sosa, 2014), donde se expone un ejercicio de revisión
histórica sobre la Guerra de Paraguay desde una tendencia nacional-popular7,
poniendo a dialogar en el tiempo y en el espacio a historiadores, sociólogo=
s y
actores varios de Brasil, Argentina y Paraguay. Estos ejemplos pueden ser
tomados como parte de esos testimonios que amplían notablemente la visión d=
el
relato histórico. Pintando las frías páginas de la historia positivista con=
el
vivo y claro- oscuro color humano. Esa batalla por la historia cobra sentid=
o al
poder representar las otras visiones que quedaron fuera o sufrieron los efe=
ctos
negativos de la visión dominante del relato histórico. Es dentro de esta óp=
tica
donde pasaremos a analizar los documentales de Isabel Dávalos Alfaro vive, =
del
sueño al caos (2007) y Mauricio Samaniego Alfaro Vive Carajo (2015), como
intentos de reconstruir la pluralidad de voces como forma de enfrentar una
reconstrucción del pasado histórico.
3. La otra historia de Alfaro Vive C=
arajo
Los documentales Alfaro vive, del sueño al caos (2007) y
Alfaro Vive Carajo (2015) son dos intentos de reconstruir el pasado
contemporáneo desde dos ópticas distintas. Ambos parten de un mismo sujeto
histórico, la guerrilla ecuatoriana Alfaro Vive Carajo
(AVC), y de un mismo contexto epocal=
,
definido por la situación histórica/social en que se veía envuelta el Ecuad=
or
de la década de los 80. No obstante, en el primer documental la directora
intenta acercarse a la aparición de la guerrilla y a la conmoción de la épo=
ca a
través de sus recuerdos de infancia y de los comentarios que recuerda entre=
sus
familiares. La búsqueda de actores que estuvieron involucrados, juntamente =
con
archivos audiovisuales de la época, también serán vitales para construir la
narración desde el punto de vista de la directora. El segundo documental, s=
in
embargo, parte de la visión del propio director como <=
span
class=3DGramE>ex-miembro de AVC. Por lo que la narración será=
mucho
más directa y efusiva, llegando a conseguir una mayor complicidad por los
testimonios de sus ex-compañeros=
span>.
Los dos documentales son un buen ejemplo del intento de
reconstrucción de un proceso más amplio de la historia, a través del propio
relato de los que participaron en el conflicto histórico. No obstante, se a=
precia
cómo el documental de Dávalos se presenta con un tono más prudente respecto=
al
acercamiento de los hechos, siendo un proceso de autoconciencia que se liga=
a
la aproximación del conflicto guerrillero, instalado en todo el país como u=
na
suerte de leyenda negra. En cambio, desde el documental de Samaniego vemos =
cómo
la denuncia de la parcialidad de la versión oficial impuesta por el gobiern=
o al
derrotar la guerrilla es un tema recurrente en el film<=
/span>.
Es por esto que el documental =
de
Samaniego resulta relevante. Al ser un testimonio que parte desde su propia
experiencia, el documental trata de explicar las razones por las que, tanto
Ambos documentales presentan el pasado más reciente, que
continúa parcialmente desconocido por la población ecuatoriana. Esto se
presenta no como la imposición de una verdad absoluta, sino como relatos que
acaban complementando lavisión de un pasado que=
pueda
servir para la comprensión más profunda de la misma sociedad que los contie=
ne.
Los actos que acontecen en la historia obedecen a un contexto y a una
comprensión que desde la actualidad nos puede parecer extraña o desconocida=
. No
obstante, esto no imposibilita el acercamiento crítico y la comprensión del=
por qué del devenir de los hechos o de las intenciones
humanas. Estos dos documentales son muestra de ello. Ambos films
presentan testimonios y valoraciones de la época, remarcando el hecho de su
contexto y la necesidad de abrir un diálogo histórico entre los ecuatoriano=
s,
como forma de comprender un pasado y, asimismo, como forma de condicionar el
presente.
A continuación pasaremos a ana=
lizar
el contexto histórico al que hacen referencia los distintos testimonios de =
los
documentales, y de qué manera éstos ayudan en el proceso de comprender la
historia en un sentido más amplio. Para ello se hará hincapié en el papel de
esa “historia de los vencidos”, como una forma de presentar otros aportes q=
ue
infieran mayor causalidad al hecho histórico.
3. 1. Alfaro Vive
Carajo. Crítica y memoria
El FRPEA (Frente Revolucionario del Pueblo Eloy Alfaro), o
como sería conocido posteriormente debido a la labor de agitación, Alfaro V=
ive
Carajo (AVC), fue un grupo político-militar activo durante la década de los=
80
(1983-1989) que llevó a la práctica la lucha armada como estrategia polític=
a en
el Ecuador. La diversidad de actores que engrosaron sus filas provenían de ex-militantes=
del MIR
(Movimiento de Izquierda Revolucionaria), de militantes de organizaciones
estudiantiles de las principales universidades de Ecuador como la UCE
(Universidad Central de Ecuador) y la Pontificia Universidad Católica de
Ecuador) e incluso de militantes del MRIC (Movimiento Revolucionario de
Izquierda Cristiana). El objetivo común en la conformación del Frente se
configuró en torno a los objetivos de
la democracia, la justicia social y la soberanía nacional, aunque sin
definir profundamente ni el significado y ni el alcance programático de est=
os
términos (Terrán, 1994).
El frente guerrillero optó por el nombre “Eloy Alfaro” pa=
ra reivindicar
la figura de este general oriundo de Manabí8. Alfaro fue un “liberal radica=
l,
líder de diversas revueltas armadas contra los regímenes conservadores de la
segunda mitad del siglo XIX y, desde 1895 hasta 1912, P=
residente
de la República” (Terrán, 1994, p. 4). Esto es =
algo
singular del pensamiento latinoamericano, a saber, el rescate de antiguos
liderazgos que serán reabsorbidos como referentes fundacionales de muchos
movimientos guerrilleros y expresiones políticas de signo popular. El eco <=
span
class=3DSpellE>mariateguiano, ni calco ni copia, creación heroica
(Mariátegui, 1928), resonará en la creación de los proy=
ecto
radicales asentados en la tradición del pensamiento propio, de cara a
hacer posible eso que se ha dado en llamar “segunda independencia”, a travé=
s de
la revolución de carácter popular- socialista que permita incorporar los
problemas de la propiedad junto a la formación de una auténtica comunidad
nacional. Como el mismo Santiago Kingman, relev=
ante
miembro e ideólogo de AVC, reconoce en el documental de Dávalos: “Todo eso
significaba una ruptura con el marxismo, no una actitud contra el marxismo,
sino una ruptura. Porque si habíamos estado buscando una tradición históric=
a y
la habíamos encontrado en Alfaro, teníamos que ser consecuentes con ese
pensamiento y eso significaba en convertirnos en una especie de liberales
radicales”.
Desde finales de los 60, el continente se encuentra delan=
te
de un nuevo escenario. Con la revolución cubana en el poder, el marxismo más
ortodoxo fue tomado por sorpresa. La raíz profundamente martiniana
de la revolución proyectó nuevas tácticas en el continente. La vía democrát=
ica
al socialismo de Salvador Allende en
Chile (1970), la revolución sandinista en Nicaragua (1979) y las distintas
guerrillas que surgieron en distintos lugares de América Latina, forman par=
te
de estas nuevas respuestas de un marxismo que se repensaba a sí mismo, desd=
e su
problemática concreta en la región (Fernández, 2006, pp. 65-67). El marxism=
o no
como un cuerpo canónico y rígido, sino como un pensamiento aglutinador de la
crítica y la tradición propia. Así se volverá a levantar la necesidad de pe=
nsar
en términos nacionales, pero retomando el papel de la izquierda clasista co=
mo
garantía interna de un proceso nacional popular y de masas. La toma de las
armas aparecía como la solución definitiva para una movilización social que
pretendía acabar con las estructuras oligárquicas e imperialistas que
caracterizaban el dominio político y económico regional (Jarrín, 19=
85, p.
29). Desde esta concepción se pueden inscribir las pretensiones del grupo de
AVC, recogido en ambos documentales a través del testimonio de Arturo Jarrí=
n,
hecho así mismo en el penal: “ 1. Un gobierno po=
pular
y democrático; 2. Una economía nacional e independiente; 3. La justicia soc=
ial
como base para la democracia y la libertad; 4. Soberanía nacional; 5. La
instauración de la Patria Grande latinoamericana” (Comisión de Defensa
Jurídico-Institucional de la Policía Nacional, 2010). Esto generará una vis=
ión
donde la consecuencia de un fin liberador, con el objetivo de la emancipaci=
ón
social a la vez que de rechazo de las estructuras
oligárquicas del estado ecuatoriano, dará forma a la subjetividad
revolucionaria como vía legítima para la política. La realidad experimentad=
a en
otros países la hacían plausible (Terrán, 1994)=
.
Frente a esto, se construirá otro discurso que será el
oficial presentado por las fuerzas de seguridad y los órganos del Estado. La visión de unos elementos subversivos,
adjetivando al sujeto como jóvenes románticos y “accediendo a publicaciones
parcializadas con versiones interesadas sobre una sola faceta y no la reseña
completa sobre la magnitud de los problemas. Es posible que esa juventud, m=
al
informada, haya desviado su conciencia hacia los objetivos que esas
publicaciones perseguían y los intereses políticos que defendían sus autore=
s”
(Comisión de Defensa Jurídico-Institucional de la Policía Nacional, 2010. p.
46). Según esta visión, esto les llevó a cometer=
actos
armados para desestabilizar el Estado, en favor de fines personales, llegan=
do a
ser considerados como terroristas, al tiempo de beneficiarse del caos en un
momento tan delicado. Ejemplo de ello lo encontramos en el comunicado de la
policía nacional ecuatoriana, en el cual se señalaba que “los sutiles y
perversos métodos de la sedición criminal van distorsionando hasta tal punto
los conceptos del bien y el mal, de orden y anarquía, de honor y deshonor y
hasta de vida o muerte... que, en un trance de subversión que estaría dando
paso a la barbarie y a la locura, hay quienes aún en las más altas funciones
del Estado se parapetan para defender a ultranza al delincuente, hacer la apología del
delito, y condenar, sin fórmula de juicio, al agente de la ley, al defensor=
del
orden y de la seguridad social” (El Comercio, Ecuador, 14 de diciembre de
1987). Por lo tanto, estos sectores subversivos serán vistos por los cuerpo=
s de
seguridad del Estado como los perversos iniciadores de una desestabilización
creciente frente al que se superpone la nación. Semejante discurso generó u=
na
defensa, en la práctica, de métodos de tortura y eliminación física.
Estas interpretaciones a la vez serían absorbidas por
3.2. Historia de
Ecuador y Guerra fría. El caso AVC
La década de los 80 fue especialmente convulsa en América
Latina. Sus economías, a nivel regional, presentaban una situación de
manifiesta debilidad. Con el impago oficial de la deuda
por parte de México en 1982, empezará una espiral de desconfianza
internacional, relacionándose con una fuga de capitales y el descenso de las
inversiones ante el miedo de una expansión de la recesión por la región. Así
dará inició el periodo conocido como la "década perdida". Momento=
en
el que, aprovechando la coyuntura de la crisis económica, se producirá una
renegociación de la deuda y de las políticas destinadas a paliarla; los pod=
eres
económicos transnacionales, entonces, acabarán incentivando la dependencia =
de
la región al capital internacional, profundizándose el proceso de inserción=
en
la globalización (Frenkel, 2008. p. 43). Por un lado, la crisis de la deuda,
que ya empezó a mostrarse en la década anterior, irrumpió de forma arrollad=
ora.
Se plantean, frente a ello, una serie de políticas ineficientes y asimétric=
as,
como la nacionalización de las deudas privadas externas (utilizando mecanis=
mos
nacionales), en claro beneficio de los intereses de las bancas acreedoras y=
del
sistema financiero internacional. Detrás de todo ello, y de una forma muy
visible, estaba el Fondo Monetario Internacional (Manero y Pastor, 2002, p.
30). En el caso de Ecuador, la caída de los precios del petróleo fue acompa=
ñada
con un cese del flujo de crédito externo, a la vez que subían las tasas de
interés asociados a la deuda externa. Además, a todo ello deben unirse los
desastres infligidos por el fenómeno meteorológico “el Niño” sobre la
producción agrícola del litoral en 1982-1983 y el terremoto de 1987, que
perjudicó tanto el consumo interno como a la exportación. Así, la apuesta p=
or
la “sucretización9 significó un golpe a la debilitada economía nacional, ya=
que
“los sectores privados ecuatorianos lograron que sus deudas extranjeras se
convirtieran en deudas en sucres frente al Banco Central, mientras que éste
asumía el pago en dólares ante los acreedores internacionales. De esta mane=
ra,
a partir de 1983, la casi totalidad de la deuda del sector privado se convi=
rtió
en deuda del sector público” (Naranjo, 2004. p. 245). Posteriormente, a la
mitad del mandando del presidente Febres Cordero, con la liberalización de =
la
economía, el beneficio de los inversores cortoplacistas pasó a ocupar un lu=
gar
central; la caída de los precios del petróleo, al mismo tiempo, dejará al
Ecuador en una situación cercana al colapso económico (Thoumi
y Grindle, 1992, pp. 62-65).
Todo ello condicionó un escenario continental que se
encontraba en plena efervescencia de luchas llevadas a cabo por organizacio=
nes
políticas que
reclamaban nuevos
A principio de los años 80, estos regímenes empezaron a
mostrar signos de desgaste tanto por la coyuntura econó=
mica como por la impopularidad de sus
medidas, e incluso por presiones internacionales que pedían una transición
tutelada. Como muestra M. Antonio Garretón, estos regímenes sufrieron un
proceso de transición gestionada y tutelada "desde arriba"
(generalmente, no por su
derrocamiento militar ni por su colapso), debido a la incapacidad de legiti=
mar
su sistema autoritario, teniendo que aplicar ciertas fórmulas de apertura
democrática, ya fuera por su percepción de tener el objetivo cumplido o como
forma de mantener unos principios delante de su fracaso. A esto se la acomp=
aña
por un proceso "desde abajo", donde las movilizaciones sociales y
políticas iban descomponiendo el régimen y acelerando el ritmo de transició=
n.
Este proceso se fue completando con unos marcos institucionales que
posibilitaban la negociación
(Garretón, 1997, pp.
20-29). En el caso del Ecua=
dor,
después de un largo proceso de represión, el final de la dictadura militar
(1972-1979) abrió un periodo de amplia esperanza a través de una nueva
constitución y la elección de un presidente progresista, Jaime Roldós Aguil=
era,
encabezando lo que se denominó “concentración de las fuerzas populares”. Co=
mo
es presentado en ambos documentales, la muerte de Roldós en un inesperado
accidente de avión, solo hizo que aumentar las
tensiones políticas en un momento de frágil transición. El relevo a cargo d=
e su
Vicepresidente, el demócrata-cristiano Osvaldo Hurtado, supuso
el inicio de la aplicación de políticas de austeridad que acabarían =
generando
un descontento que desembocaría, finalmente, en una situación de total
desconfianza en el proceso por una parte de la esfera política. En ese
contexto, algunos apostaron por “construir estructuras partidistas con
capacidad para organizar a la población para fines no meramente electorales,
buscando así también una
«acumulación de fuerzas» que les permitiese a los sectores
populares utilizar espacios y momentos de la democracia electoral y no ser
utilizados por ésta. Al margen de que este intento de transformación fue
frustrado «desde adentro» por los dirigentes de los partidos, aquellas pers=
onas
comenzaron a radicalizar sus propuestas conforme el gobierno de Osvaldo Hur=
tado
evidenciaba la disolución
de la esperanza reformista inaugurada por Jaime Roldós” (=
Terrán, 1994, p. 47). Es en este periodo donde podemos
situar el inicio de las actividades de AVC, con el ascenso de las políticas
neoliberales y un descontento crec=
iente
que se plasmarán en un clima de mucha violencia política y de polarización =
social.
Frente a esto, todo este periodo estará impregnado de una
imaginación geopolítica que, en el marco de la guerra fría, redujo las
dinámicas locales y las necesidades sociales concretas bajo una simplificac=
ión
conceptual como es la idea entonces
hegemónica de los “tres mundos”, esto es, “un Occidente natural y no=
rmal
(el Primer Mundo), que era desafiado por un Oriente antinatural que estaba =
en
las manos autoritarias del estado (el Segundo Mundo), mientras que ambos
rivalizaban por conseguir discípulos político- económicos en un Tercer Mund=
o de
países no desarrollados que se convirtieron en la representación más usual =
de
la persistente división geopolítica entre el Este y el Oeste (...). Lo que =
es
más importante es que las explicaciones sobre cómo funcionaba el mundo se
vieron dominadas de nuevo por una geografía binaria, que ponía a Oriente fr=
ente
a Occidente. La categoría de «Tercer Mundo» nacía de la oposición estructur=
al
entre los otros dos mundos: un Primer Mundo aliado de los Estados Unidos qu=
e se
enfrentaba a un Segundo Mundo bajo dominio soviético. Por tanto, las region=
es y
países incluidas en la vasta zona del Tercer Mundo, en lugar de ser
significativos en y por sí mismos (…), quedaron reducidos al papel que
desempeñaban en el conflicto entre los otros dos” (Agn=
ew,
1998, p. 45). Esta visión estará plasmada especialmente en el periodo de Le=
ón
Febres Cordero (1984- 1988), donde la confrontación con los guerrilleros de=
AVC
llegará a su máxima intensidad. El gobierno de Cordero se centró en una age=
nda
definida por el clima de época, tratando de “reducir la intervención estata=
l en
la economía; estimular la empresa privada; y dejar que las fuerzas del merc=
ado
determinaran el desarrollo del país. Pocos después de la toma de posesión el
gobierno lanzó un experimento neoliberal con apoyo total del FMI y de la
administración Reagan en Washington (...) Con Febres Cordero la derecha hab=
ía
surgido como la fuerza política dominante” (Thoumi y Grindle, 1992, p. 51).
Como presentan ambos documentales, la=
represión iniciada
por la aplicación tajante de la doctrina neoliberal durante este per=
iodo
será una forma de acercamiento al orden internacional imperante. La relación con<=
span
style=3D'mso-spacerun:yes'> Ronald
Reagan, especialmente a
partir de su viaje a Washington en 1986, provocará que Ecuador se posicionara como ejemplo para la r=
egión,
avalado por EEUU y los adalides del neoliberalismo reaganiano. La visión
binaria de la guerra fría cobraba pleno sentido, presentando a Febres Corde=
ro
como un ejemplo de líder capaz de enfrentar a esos proyectos “peligrosament=
e de
izquierdas”, frenando todos los programas de intervención estatal y política
pública de índole social. Con este orden, todos aquellos elementos que se
oponían significaban un peligro para toda la sociedad ecuatoriana, especial=
mente
bajo un sobredimensionamiento desmedido de la “influencia externa” cubana o=
de
las guerrillas “colombianas” y “nicaragüense”. El peligro en que se encontr=
aba
el Estado por la probable toma del poder de unos “subversivos” generaba la
necesidad de erradicar al “enemigo interno” (siempre apoyado por el “enemigo
externo”). Se trataba, en efecto, de la doctrina de la “seguridad nacional”,
aplicada en tantos países sudamericanos y centroamericanos. Así, se disponí=
a de
un espacio en la opinión pública donde la tortura y la desaparición quedaban
justificados.
Por otra parte, los AVC serán tomados como el otro polo d=
el
binomio de la Guerra Fría. Sus identidades y proximidades a la filiación
marxista les hará portadores de la lucha armada como táctica política para =
la
toma del poder. La defensa de la emancipación social y de liberación nacion=
al
les permitía construir un relato donde la insurrección popular era posible mediante las
armas. Aunque su heterogeneidad ideológica y orgánica era reivindica=
da
como singularidad del “alfarismo”, la separació=
n y
falta de coordinación con otros grupos políticos afines los hizo más débile=
s.
La centralidad del análisis “anti-oligárquico” =
y “anti-imperialista” sobre la
sociedad ecuatoriana hará confundir “el enfrentamiento audaz a los aparatos
represivos del Estado, con el potenciamiento de la lucha de clases” (Terán,
1994. p. 37). Llegados a este punto, la historia oficial los aglutinará den=
tro
de las categorías de “subversivos” y “terroristas”, como elementos extremad=
amente
negativos en la sociedad de la época. Se los presentaba como actores
responsables del conflicto, representando los intereses de la alineación co=
n el
polo contrario durante la guerra fría.
4. Conclusiones
Por lo tanto, vemos cómo bajo esta construcción binaria de
“Este-Oeste” acaban desapareciendo los problemas concretos de la situación
ecuatoriana del momento. El relato maximalista optado por la explicación
binaria de la guerra fría silenciará los graves problemas económicos y las
tensiones democráticas que recorrían el estado ecuatoriano desde su etapa
dictatorial. La fragmentación política, la desilusión de un proyecto
ampliamente soberano e inclusivo acabará mostrando la situación social, don=
de
el descontento era creciente y la
violencia política era recurrente. El Estado como garante de un consenso
general se posicionó, con su acercamiento a los programas neoliberales, hac=
ia
un Estado restrictivo y prepotente frente a una sociedad empobrecida y
descontenta.
A través de las miradas expuestas en los documentales se
amplía la visión del clima político de la época. La violencia estatal prove=
nía
de una serie de conflictos y luchas sociales que se arrastraban de décadas
anteriores a la formación del AVC. La
amplitud de miras y testimonios=
hacen
posible la construcción de un enfoque más profundo, sorteando los escollos =
de
la simplificación histórica de =
la
guerra fría. Desligar los acontecimientos de las insurrecciones guerrillera=
s de
los condiciona=
ntes sociales,
políticos y sociales
no hace más que parcializar la interpretación de las actuaciones
delictivas de un Estado que atentó en demasiadas ocasiones contra los derec=
hos
humanos y la dignidad de las personas. A su vez, simplificar las motivacion=
es
últimas de los actores, achacándolas a influencias externas de propaganda y
“subversión”, sólo contribuyen a desenfocar las verdaderas razones del
conflicto.
La construcción de esa “historia de los vencidos”, utiliz=
ando
la amplitud testimonial que nos brindan documentales como el de Samaniego y
Dávalos, ayudan a esclarecer puntos de vista sobre el mundo que nos rodea. =
Bien
es cierto que el problema de esto sería su difusión social más allá del peq=
ueño
círculo del espacio académico, lo cual ya formaría parte del proceso de dis=
puta
política y conciencia en que estamos envueltos como sociedad. El pensamiento
político y el imaginario social son eco de una realidad material adversa y =
en
crisis que demuestra cómo las visiones maniqueas de la guerra fría no
contemplan todas las dimensiones.
Por lo tanto, encontramos en la “década perdida” una época
marcada por las transiciones y esperanzas en el cambio democrático11. Estos
procesos presentarán serios problemas para implantar las llamadas "nue=
vas
democracias", no solo por la difícil tensión entre poder civil-militar
(intentando superar los rasgos autoritarios para evitar un regresión) sino
también la división interna dentro de los “bloques democráticos”, los cuale=
s se
tienden a fragmentar después de las primeras elecciones (debido a las
diferencias por la represión militar dentro del bloque, cuestiones de ajuste y reformas económicas, opiniones
divergentes de del costo social y la administración). Esta situación de ten=
sión
y desconfianza será ampliada con una nueva oleada política. Por una parte, =
la
reforma neoliberal y la aplicación de fórmulas de ajuste generarán un
descontento real en los sectores trabajadores y populares de la población. =
La
confrontación y violencia política, especialmente en el caso de Febres Cord=
ero,
generará una mayor ruptura del consenso social y la posibilidad de una
mediación social. Por otra parte actuarán ciertos grupos armados que, bajo<=
span
style=3D'mso-spacerun:yes'> la sospecha de la reconversión democr=
ática
de otros viejos actores políticos (grupos familiares, gran terratenientes, representantes de la banca internacional...etc.), mant=
endrán
una posición de defensa de las tesis revolucionarias como un proyecto de
auténtica democratización social y económica (Mirza, 2006, pp. 39-44).
El documental, como herramienta, potencia la presencia de
estos matices dentro de la historia. La disputa por la inclusión de las raz=
ones
de los actores amplía los espacios donde la realidad se presenta en toda sus
contradicciones: cómo entendían los actores su presente, hacia dónde imaginaban su=
futuro,
qué soluciones aportaban a la situación vivida...etc. Todo ello s=
uponía
la recopilación de una conciencia del mundo en el que se vivía. Y, como pod=
emos
observar en ambos documentales, la lucha por el recuerdo y el valor crítico=
que
ello atesora sólo pueden generar una consciencia del presente que hunda sus
razones en las luchas del pasado, para reivindicar sus valores en la
actualidad. Esta es la necesidad de que los vencidos escriban y filmen la
historia.
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